domingo, 8 de noviembre de 2020

Mi lugar secreto


 

Es lunes y mientras desayuno caigo en la cuenta de que ya no tendré que llevarte al colegio.

Estamos en agosto y podría jurar que tu risa se coló a hurtadillas junto a la brisa por la ventana entreabierta.

Al año siguiente me miro al espejo mientras me afeito y siento una punzada en el pecho al comprender que nunca te enseñare a hacerlo.

Otro jueves más y el maldito calendario que no sabe mentir, y los días que se empeñan en correr una maratón.

Este diciembre Papa Noel me ha dejado claro que nunca más pasara por casa, que la ha borrado de su itinerario.

Un domingo cualquiera me encuentro sentado en una plaza, mirando como un idiota a los padres jugando con sus hijos, lamentándome de mi suerte.

Aquel mayo que decidí dejar todo atrás y volver a empezar, con el dolor gritándome al oído y el corazón comenzando una revolución.

Ese año mientras viajaba a Barcelona y podía sentir tu presencia en el asiento contiguo, acompañándome siempre y disfrutando tu primer vuelo.

En junio de este año, mientras flotaba en el mar mirando el cielo infinito, y el sol acariciaba mi pecho mientras el agua salada acunaba mi espalda, el viento acompañaba a esa nube con forma de B y susurraba tu nombre.

Y ese octubre que al despertarme me encuentro en la mesita de noche a tu peluche del pingüino sensei mirándome fijo, como burlándose de mí, quizás cansado ya de mis insoportables besos.

Aquel miércoles que la noche me encontró contemplando esa foto en la que el tiempo parece que se detuvo, y seguimos caminando juntos tomados de la mano en la nieve.

Y este invierno que recién comienza y me encuentro recostado en el sofá, con Maggie a mi lado, mientras levanta sus ojazos tan expresivos y me regala esa mirada tan tierna, como si comprendiera mi dolor.

y cada vez, hijo de mi vida, cierro los ojos y me voy a mi lugar secreto.

Ese en el que el mundo es como debiera ser, donde los recuerdos se vuelven reales, y donde encuentro la paz que tanto anhelo.

Hasta que un quejido de mi alma, todavía herida de muerte, me golpea sin compasión y me recuerda que no estás aquí.

 

Te amo…Mucho.

Papa