Una tarde como cualquier otra iba caminando sin rumbo,
recordándote, cuando de repente sentí una presencia detrás mío.
Al voltear, sin embargo, no había nadie. Esto me distrajo
de mis pensamientos. Justo recordaba tu risa cuando jugábamos juntos.
Me senté en el banco de una plaza, retomando ese
recuerdo, cuando una suave voz a mi lado dijo:
- Veo por su sonrisa que es un hermoso recuerdo.
Gire la cabeza y me encontré con un viejo, yo diría que
muy viejo, con algo de pelo blanco a los lados de su cabeza calva, una nariz
respingada, unos profundos ojos grises y con aspecto de bonachón.
- ¿Disculpe?,- pregunte con una mezcla de sorpresa y
fastidio.
- Solo un bello recuerdo nos hace sonreír de esa manera,
- dijo señalándome con el dedo índice.
Mostrando algo de educación y cordialidad asentí con la
cabeza.
Por el rabillo del ojo podía ver que el viejo no dejaba
de mirarme, así que, sin más remedio, decidí darle conversación. Estaba por
abrir la boca para hacerle una pregunta cuando dijo;
- Soy el Cuidador de Recuerdos.
Lo soltó así, sin más.
- El Cuidador de Recuerdos, -murmure, arqueando las cejas
y pensando qué diablos significaría eso.
Otra vez pareció leer mis pensamientos:
- Me ocupo de que los recuerdos que la gente mas atesora
no caigan en el Limbo del Olvido, - explico en un tono pausado.
- El Limbo del Olvido, - repetí como un idiota.
- Claro, - dijo, y agrego, - ¿no es cierto que hay
momentos de su vida que ya no logra recordar?
Era cierto, y ahora que el viejo lo mencionaba, una gran
tristeza se apodero de mí.
Recordaba pocos momentos con mi madre, y a veces, por mas
que me empeñara, no lograba recordar momentos con mi hijo.
- Tu hijo, - suspiro el viejo, - Si, esos son recuerdos
valiosos, pero el paso del tiempo y los problemas cotidianos los arrojan hacia
el Limbo del Olvido, y una vez allí, es casi imposible recuperarlos.
- Hoy cumpliría años, - dije enfocando la vista en los árboles
lejanos.
El viejo apretó los labios y asintió con la cabeza.
- ¿Y como hago para no olvidar?, - le pregunte mirando
esos ojos infinitos.
Sonrió y dijo;
- Para empezar, aprende a perdonar, no solo a los demás,
sino a ti mismo.
- Ama sinceramente, sin condiciones.
- Busca la paz en las pequeñas cosas que haces a diario.
- Se amable con el prójimo, ofrece siempre tu ayuda y
agradece por la vida que tienes.
- Procura aprender algo nuevo cada día, y nunca, pero
nunca, dejes de soñar.
- Si vives la vida de esta manera, los recuerdos jamás se
perderán en El Limbo del Olvido, te lo prometo.
En cierto modo, las palabras del viejo no me eran
desconocidas. Me recordaron las charlas de budismo que mantenemos cada tanto
con Norma, mi madre del corazón.
- A veces los recuerdos duelen, pero olvidarlos me duele
aún más, - le confesé al viejo.
- Pues no los olvides, ahora ya sabes cómo.
Y palmeándome la rodilla, sin decir nada más, se levantó
y así como había aparecido a mi lado, de repente se fue.
Me quede un buen rato pensando en ese extraño encuentro.
- Nunca lo olvidare, - dije mientras me ponía de pie para
volver a casa.
Te amo…mucho
Papa