Una tarde de otoño me encontraba en una reunión con
amigos cuando de repente me aleje un poco y me senté en uno de los bancos del
amplio jardín.
Es habitual ya el perderme en mis pensamientos, y más aún
cuando el paisaje que me rodea es tan inspirador, rodeado de árboles y flores y
pájaros y el cielo de un azul casi imposible.
Por supuesto, te imaginaba a vos, Bauti, corriendo y
disfrutando de ese jardín, y como siempre, las lágrimas comenzaron a brotar de inmediato.
Gire la cabeza, cerré los ojos y me seque las lágrimas
con las manos, y al abrirlos nuevamente un niño de alrededor de 6 años se
encontraba parado frente a mí, mirándome con ojos curiosos.
-Señor, dijo con timidez, le duele algo?
Lo mire con ternura, todos los niños me hacen recordar a
mi Bauti, y otra vez brotaron las lágrimas.
El niño seguía mirándome, aunque ahora su cara mostraba
cierta tristeza.
-Cómo te llamas?, le pregunte mientras recobraba la
compostura y forzaba una sonrisa.
-Lautaro, respondió con seguridad.
-Y que haces acá, Lautaro.
-Vine con mis padres, y señalo hacia la galería de la
casa, donde seguramente estarían sus padres entre tantas personas.
Recordé que los amigos de una amiga tenían un hijo llamado Lautaro, así que supuse debería ser este niño.
-estaba llorando, dijo Lautaro, que le duele?, repitió.
-Me duele el alma, respondí con amargura.
Lautaro se quedó pensando, frunciendo el entrecejo, y
finalmente dijo:
-El alma?, y que es el alma?
Buena pregunta, pensé.
La respuesta racional seria que el alma es una entidad
abstracta tradicionalmente considerada la parte inmaterial que, junto con el
cuerpo o parte material, constituye el ser humano y se le atribuye la capacidad
de sentir y pensar.
Pero para mí el alma es la vida, la eternidad, las
emociones, la voluntad y el deseo, la esencia de cada persona y por sobre todo
amor, y así se lo transmití a Lautaro.
Otra vez se quedó mirándome mientras procesaba en su
cabeza de 6 años esta nueva información, hasta que abrió los ojos un poco más y
dijo:
-Mi abuelo la semana pasada fue al doctor porque le dolía
el corazón y se lo curaron, así que
usted debería hacer lo mismo, exclamo.
-Eso está muy bien, dije, pero si bien hay doctores para
todo, no existen los doctores del alma.
-y donde está el alma?, pregunto confundido.
Otra buena pregunta, donde está el alma?
Imagino que cada ser humano tendrá una respuesta
distinta, pero instintivamente y sin
pensarlo, me encontré señalándome el pecho.
-Esta acá, bien cerquita del corazón, respondí.
Lautaro levanto su manito y se tocó el pecho también.
-y Porque duele el alma?, quiso saber.
Como explicarle a un niño de 6 años que mi alma dolía
porque estaba herida de muerte, a causa de la perdida de mi hijo de tan solo 8
años?
-El alma duele cuando se siente una profunda tristeza, le
dije.
Otra vez se quedó pensativo, con la mirada perdida, y sin
más, se dio media vuelta y se fue.
Me sonreí mientras más lágrimas se derramaban por mis
ojos.
Después de un rato, me levante y antes de emprender la
vuelta hacia la reunión, me quede mirando hacia el cielo.
Justo cuando estaba por dar un paso, sentí que alguien me
tironeaba de la remera.
Gire y otra vez me encontré con Lautaro.
Me agache para hablar con él, y antes de que mis rodillas
tocaran el piso, me abrazo con ternura y me dio un beso.
El corazón me exploto en mil sensaciones, amor,
agradecimiento, alegría, tristeza, ternura, nostalgia, solo para nombrar
algunas.
Por supuesto las lágrimas me nublaban totalmente la
vista, el pecho parecía querer salirse del cuerpo, pero de repente, la más
absoluta paz y calma me envolvieron como un manto.
Fueron solo unos segundos, pero suficientes para darme
cuenta quien era ese niño que me estaba abrazando, aunque hacia solo unos
minutos había negado su existencia.
Lautaro era un verdadero Doctor de almas, porque solo los
niños con su incondicional amor, su ternura y su inocencia pueden recibir ese
doctorado.
Te amo…Mucho
Papa