Se
podría pensar que 8 años en el transcurso de una vida de 46 años no es un
tiempo significativo, pero si se trata de compartir la vida de mi hijo en esos
8 años el tiempo toma otra dimensión.
Hemos
hecho de esos años una experiencia inolvidable.
Bauti
amó y fue amado con tal intensidad que hace que el tiempo sea solo una ilusión.
Conoció
en esos 8 años el calor y el frio, el sol y la lluvia, la felicidad y la
tristeza, la ilusión y el desencanto, la amistad, la compasión, el dolor, el
miedo, el valor, tantas cosas que más de un adulto no vivió ni vivirá jamás, porque
así era Bauti, un amor que cambio las vidas de la gente con las que se relacionó,
y, en primer lugar, cambio mi vida definitivamente.
Le enseñamos
a vivir, y con el inmenso amor que nos dejó en el alma, ahora él nos enseña
a vivir con su ausencia.
Disfrutó
de la montaña, del mar, de la ciudad, del campo, y se maravilló con la nieve y
con la inmensidad del mar.
Puedo
encontrar el amor de esos 8 años en la memoria de mis pupilas al mirar el
brillo de su mirada, en la memoria de mis manos al sentir la suavidad de sus
caricias, en la memoria de mis labios al disfrutar de sus besos, en la memoria
de mi cuerpo al contacto con sus abrazos, y en la memoria de mis latidos, que
se quedaron marcando el ritmo de los suyos.
Prefiero
haber vivido esos 8 años junto a mi hijo, que la eternidad sin él.
Así es,
Bauti vivió una vida plena, y tan solo en 8 años.
Te
amo…Mucho